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Leyenda 10.- EL LAGARTO DE LA MAGDALENA

Leyenda 10.- EL LAGARTO DE LA MAGDALENA Hace muchísimos años, tantos que el recuerdo no alcanza a numerarlos, Jaén era ciudad de importancia, grande en comercio y negocios, hermosa en arquitectura y trazado, generosa en gentes y abundante en aguas.

Vivían en estas tierras generosas, gentes del Norte de la península, también había algunos que procedían de más allá de los mares, e incluso se rumoreaba que algunas familias procedían de los confines de la tierra.

El manantial más abundante en aguas era el de La Malena, con un caño grueso como un gran toro, que no cesaba nunca de regalar sus aguas a los habitantes de la ciudad, además de otros muchos, pero de menos importancia.

Podría decirse que era Jaén tierra feliz, si no fuera porque en ese gran manantial, al que nosotros los jaeneros, gustamos más de llamar Raudal, habitaba una bestia inmunda, grande como montaña, fiera como demonio, fea como maldición y hambrienta como rebaño de leones.

Aquella bestia horrible, a la que los habitantes de la gran ciudad llamaban Lagarto, pues no era otra cosa que eso, un lagarto de grandes proporciones, se dedicaba a merendarse todos los atardeceres a alguna de las hermosas pastiras, que con la tranquilidad de su labor, se acercaban a llenar los cántaros de agua al manantial del Lagarto.

Al principio, dicen las gentes que comía un muchacho o muchacha cada mucho tiempo, quizá porque fuera pequeña la bestia.

Conforme crecía el Lagarto, agrandó tanto su estómago que precisó en su merienda una doncella diaria. No contento con esto, aprovechaba el amanecer para desayunarse a algún caballero trasnochado, que regresara a su casa tras gozar de la compañía de doncella ligera, o a algún hortelano adormilado que se acercara al raudal a saborear un poco de la deliciosa agua, antes de encaminarse a la faena diaria en su huerta.
Todos los niños de la ilustre villa decían haberlo visto, pero no era cierto el cuento, ya que aquel que la divisaba, pasaba a engrosar los kilos de aquella Fiera de La Malena.

La situación era insostenible. Decidieron las buenas gentes de la ciudad no acercarse a la guarida de aquel Lagarto. Más valía, a pesar de las dificultades que ello conllevaba, buscar el agua en otros pilares de menor abundancia, conservando así la vida alejados de aquella voraz criatura.

Pasado un tiempo, se oían las tripas del lagarto rugir, ya que éste tenía un apetito atroz. Nadie se acercaba a su guarida. Cuando el hambre apretó, comenzó a salir la fiera de la cueva y a recorrer las calles del honrado barrio de La Malena, en busca de alimento humano para no fenecer y aliviar los dolores de su escandaloso estómago.

Fueron muchos los días en que nadie pudo salir de sus casas. El Lagarto estaba pendiente de comerse al primero que se atreviese a salir a la calle, que él ya consideraba de su dominio. Los labradores no labraban, las aguadoras no aguaban, los curanderos no curaban y los pregoneros no pregonaban. Aquello no podía continuar así.

Llegó un día en que un valiente Preso se ofreció a matar al Lagarto a cambio de su libertad.

Vio el Concejo de la Ciudad que era buena la proposición del reo, por lo que pronto lo llamó a su presencia. Les explicó el presidiario el plan que había ideado y lo que a cambio pedía, aceptando los gobernantes de esta ciudad darle la libertad si llevaba a buen término semejante hazaña.

Solicitó el Preso el pellejo de un cordero recién muerto, para que bien huela a carne de animal aún vivo, pólvora a convenir , un gran saco de panes calientes para hacer un rastro apetitoso a tan sibarita bestia y un caballo veloz.

Una vez le fue entregado todo lo solicitado, se preparó el Preso para ejecutar su peligroso proyecto.

Un amanecer, mientras el Lagarto dormía, llegó al trote hasta su guarida. Siguiendo el plan previsto, tras despertar a la bestia inmunda, dejó un rastro de pan caliente que el Lagarto siguió hasta la Plaza de San Ildefonso. Una vez llegó allí, vio el Lagarto la piel del cordero, que previamente se había llenado del material explosivo. Encendió el preso la mecha y enseguida, de un solo bocado, tragó el Lagarto el cordero, que en llegándole a su incansable estomágo le abrasó las entrañas y explotó, pegando el horrible animal un reventón como jamás se hubiera escuchado antes en la ciudad.

Hay quien dice que al Lagarto lo mató un valiente caballero. Otros cuentan que fue un pastor al que la terrible criatura comía sus ovejas. Dícese también que reventó la bestia tras atiborrarse de panes calientes. Nos hablan también de yesca y no de pólvora, e incluso hay quien dice que murio la bestia a manos de un caballero revestido de espejos.

Sea como fuere, lo cierto es que cuando reventó tres días de fiesta se dieron en todas las plazas. Vino y alegría repartieron las gentes por todas las calles. Las pastiras volvieron a coger agua en el manantial, los labradores volvieron a labrar, los curanderos volvieron a curar, y cada vez que alguien hizo mal desde entonces, y aún hasta hoy, dícesele fuertemente: "Así revientes como el Lagarto de la Malena", porque nunca hubo reventón tan grande y tan fuerte en el mundo entero ni en sus confines.

©Rafael Cámara Exposito.

2 comentarios

n -

m

anitaa :) -

gracias la leyenda del lagarto me alludó para un trabajo de lengua. besos