Leyenda 1.- ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO
Se dice que en alguno de los muros del Castillo de Santa Catalina, existía una hermosa cabeza de toro esculpida en piedra.
Esta cabeza de toro, indicaba a todo el que se acercaba a admirarla, a modo de adivinanza, como descubriremos más adelante, la presencia de un tesoro en el Castillo de Jaén, ya que bajo la escultura existía un letrero con la siguiente frase:
- ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO.
Numerosos fueron los jaeneros y forasteros que se animaron a subir hasta lo alto del cerro de Santa Catalina, cargados de picos, palas y mil artilugios más, en busca de ese momento de suerte que a todos nos gustaría encontrar en algún momento de nuestra vida, consiguiendo de un solo golpe, una gran cantidad de dinero, que nos hiciera olvidar todas nuestras preocupaciones y estrecheces económicas.
El suelo de los alrededores de la cabeza se encontraba absolutamente revuelto. Aquello parecía un campo bombardeado por una gran lluvia de meteoritos. Amplios y profundos agujeros, así como grandes montones de arena, eran la obra de aquellos aventureros en la ávida busqueda del tesoro.
Un amanecer llegaba un ilusionado buscador de tesoros y hacía un enorme agujero a la derecha de la cabeza de toro. Otro día llegaba uno nuevo y hacía el agujero a la izquierda. Tres jornadas más tarde llegaba un individuo distinto y volvía a ahondar a la derecha, para una semana más tarde llegar otro y volver a cavar en el mismo sitio. A veces en el mismo lugar habían cavado hasta veinticinco personas buscando el tesoro.
La situación era caótica. Fueron cientos de personas las que se animaron a agujerear el monte de Santa Catalina en busca de la fortuna.
Un día llegó un buscador de tesoros que era más testarudo de lo habitual. Buscó sin descanso durante largas horas por todas partes. Comenzó, como todos hacían, por la parte de ENFRENTE DEL TORO, que es lo que a primera vista indicaba la inscripción.
Luego cavó a la derecha, después a la izquierda, siguió con la ardua tarea un poco más allá, detrás, de costado... El resultado fue el mismo que el de sus antecesores. No encontró absolutamente nada.
Con un enfado manifiesto, pues sabía que su situación no era nueva, sino que gran cantidad de personas habían pasado ya por el lugar sin encontrar nada, decidió que aquella inscripción no podía continuar teniendo engañados a tantos jaeneros y forasteros, que iban hasta allí a dejar sus horas de trabajo en una inútil pérdida de tiempo.
Agarró fuertemente un pico de grandes proporciones, se acercó a la cabeza de toro, la miró con los ojos encendidos en ira, alzó la pesada herramienta con fuerza y le propinó un tremendo golpe a la testa de piedra, con tanta furia que hizo añicos la frente de esa escultura, que tantos deseos de riquezas había despertado en él.
Con la satisfacción del deber cumplido y dispuesto a abandonar el lugar, al dar media vuelta, escuchó de repente y asombrado un intenso tintineo metálico. Al volver la intrigada mirada hacia el destrozado toro, descubrió un gran chorro de monedas de plata. El afortunado buscador encontró las riquezas que tanto había ansiado, en el instante justo en que había decidido dar por fallida su misión.
Ese fue el momento en que se descubrió que la inscripción que había debajo de la cabeza de toro no engañó nunca a nadie, sino que debía ser leída e interpretada correctamente. Al decir ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO, se debía adivinar que era EN-FRENTE.
Sí, era en la frente del animal donde esperaba ser descubierta la fortuna, no en las tierras que tenía enfrente, donde numerosas personas perdieron sus esfuerzos inútilmente.
©Rafael Cámara Exposito.
Esta cabeza de toro, indicaba a todo el que se acercaba a admirarla, a modo de adivinanza, como descubriremos más adelante, la presencia de un tesoro en el Castillo de Jaén, ya que bajo la escultura existía un letrero con la siguiente frase:
- ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO.
Numerosos fueron los jaeneros y forasteros que se animaron a subir hasta lo alto del cerro de Santa Catalina, cargados de picos, palas y mil artilugios más, en busca de ese momento de suerte que a todos nos gustaría encontrar en algún momento de nuestra vida, consiguiendo de un solo golpe, una gran cantidad de dinero, que nos hiciera olvidar todas nuestras preocupaciones y estrecheces económicas.
El suelo de los alrededores de la cabeza se encontraba absolutamente revuelto. Aquello parecía un campo bombardeado por una gran lluvia de meteoritos. Amplios y profundos agujeros, así como grandes montones de arena, eran la obra de aquellos aventureros en la ávida busqueda del tesoro.
Un amanecer llegaba un ilusionado buscador de tesoros y hacía un enorme agujero a la derecha de la cabeza de toro. Otro día llegaba uno nuevo y hacía el agujero a la izquierda. Tres jornadas más tarde llegaba un individuo distinto y volvía a ahondar a la derecha, para una semana más tarde llegar otro y volver a cavar en el mismo sitio. A veces en el mismo lugar habían cavado hasta veinticinco personas buscando el tesoro.
La situación era caótica. Fueron cientos de personas las que se animaron a agujerear el monte de Santa Catalina en busca de la fortuna.
Un día llegó un buscador de tesoros que era más testarudo de lo habitual. Buscó sin descanso durante largas horas por todas partes. Comenzó, como todos hacían, por la parte de ENFRENTE DEL TORO, que es lo que a primera vista indicaba la inscripción.
Luego cavó a la derecha, después a la izquierda, siguió con la ardua tarea un poco más allá, detrás, de costado... El resultado fue el mismo que el de sus antecesores. No encontró absolutamente nada.
Con un enfado manifiesto, pues sabía que su situación no era nueva, sino que gran cantidad de personas habían pasado ya por el lugar sin encontrar nada, decidió que aquella inscripción no podía continuar teniendo engañados a tantos jaeneros y forasteros, que iban hasta allí a dejar sus horas de trabajo en una inútil pérdida de tiempo.
Agarró fuertemente un pico de grandes proporciones, se acercó a la cabeza de toro, la miró con los ojos encendidos en ira, alzó la pesada herramienta con fuerza y le propinó un tremendo golpe a la testa de piedra, con tanta furia que hizo añicos la frente de esa escultura, que tantos deseos de riquezas había despertado en él.
Con la satisfacción del deber cumplido y dispuesto a abandonar el lugar, al dar media vuelta, escuchó de repente y asombrado un intenso tintineo metálico. Al volver la intrigada mirada hacia el destrozado toro, descubrió un gran chorro de monedas de plata. El afortunado buscador encontró las riquezas que tanto había ansiado, en el instante justo en que había decidido dar por fallida su misión.
Ese fue el momento en que se descubrió que la inscripción que había debajo de la cabeza de toro no engañó nunca a nadie, sino que debía ser leída e interpretada correctamente. Al decir ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO, se debía adivinar que era EN-FRENTE.
Sí, era en la frente del animal donde esperaba ser descubierta la fortuna, no en las tierras que tenía enfrente, donde numerosas personas perdieron sus esfuerzos inútilmente.
©Rafael Cámara Exposito.
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