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ASOCIACION IUVENTA

Leyenda 4.- EL PADRE CANILLAS

Una oscura y tenebrosa noche cae sobre Jaén. En una de las estrechas calles del barrio de San Juan, rompe al silencio el estrepitoso golpe del portón de madera de una casona, de la que ha salido un joven que ha acompañado a la novia hasta su domicilio.

El mancebo, bien abrigado, protegiéndose del aire y de la lluvia, dirige sus pasos hacia la plaza de la Merced. Por las solitarias y silenciosas calles, solo se aprecia el ruido del agua estrellándose contra el empedrado suelo, que rezuma humedad. Ni siquiera los pasos del Sereno se escuchan por las cercanías, que quizá se encuentre resguardado del agua en alguno de los oscuros pero cálidos portales.

El aire frío e intenso arrecia con fuerza sobre la ciudad.

Sigue su camino, con el cuerpo aterido de frío, y divisa a lo lejos una sombra que avanza en sentido contrario por la misma calle.

Piensa en la figura que ve mientras camina. Excesivamente delgado, a su juicio, parece el caballero, que con paso ligero se dirige hacia él.

Resulta ser un sacerdote, vestido con larga sotana negra, bien abrigado con una capa y con un gran sombrero que le protegía del frío y de la lluvia.

El clérigo le solicita su ayuda para realizar una celebración en la cercana capilla del Arco de San Lorenzo, puesto que está solo y precisa de colaboración. El joven accede de inmediato, dirigiéndose ambos hacia el mencionado edificio.

Una vez entran en la pequeña y hermosa Capilla, el sacerdote se reviste y da comienzo a la ceremonia.

En una de las genuflexiones del presbítero, el joven le ayuda sujetándole la sotana mientras se arrodilla. En ese preciso instante aprecia el muchacho que en lugar de dos tobillos lo que sobresale por debajo de la ropa son las canillas de un esqueleto.

Mientras el Padre sigue en su quehacer, el mozo vuelve a repasar con la mirada los espantosos tobillos, paralizado por el terror, comprobando que sin lugar a dudas, estaba junto a un esqueleto parlante.

Pies le faltaron para salir corriendo en cuanto pudo reaccionar, presa del pánico. Abandonó el Arco de San Lorenzo y corrió desesperado por las calles del barrio de la Merced buscando donde esconderse de la fantasmal criatura.

El calor inundaba su cuerpo, a pesar del intenso frío reinante. Parecía que el extraño esqueleto no le había seguido. No obstante, prefería esconderse donde fuera, puesto que su casa estaba aún excesivamente distante de allí. Todos los portones estaban cerrados y el maldito Sereno seguía sin aparecer por ningún sitio.

Por fin, en su alocada carrera, vislumbró la silueta de un hombre en la Plaza de la Merced. Se acercó hasta él sin pensarlo dos veces, en busca de protección. Resultó ser un sacerdote, que escuchó boquiabierto el relato que el joven le narró. Le describió detalladamente lo sucedido en el Arco de San Lorenzo, donde había descubierto que estaba ayudando a un horrible espectro.

El cura, asombrado por el nerviosismo y la excitación del muchacho, con un ligero destello de burla en su mirada, se alzó la sotana. En ese momento le preguntó que si los tobillos que había visto eran como los de él, mostrándole al aterrorizado joven unas horribles canillas descarnadas y sin vida.

Espantosa noche la de este joven en el barrio de la Merced.

©Rafael Cámara Exposito.

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