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Leyenda 2.- LA CRUZ DEL PÓSITO

Cuenta esta antigua y desconocida historia, un triste acontecimiento de amor entre un apuesto galán y una hermosa dama de la ciudad de Jaén.

Dicen que llegó a Jaén un capitán, posiblemente de los Tercios de Flandes, galante, uniformado, de mirada penetrante, rostro curtido y de valeroso carácter.

Se comentaba que el valiente y apuesto galán era muy rico. Tan grande era su fortuna personal que contar lo que tenía causaba un increíble asombro en aquel que lo escuchara.

Se hablaba de él en toda la ciudad. Las doncellas casaderas de Jaén, clavaban en él sus ojos y lo observaban con esmerado interés cuando salía a pasear por la villa.

A pesar de tener a tantas hermosas damas a sus pies, el galán se enamoró intensamente de una joven llamada Dª Beatriz de Uceda. Tenía esta doncella una belleza extraordinaria, un contorno perfecto y una discreción propia de la señoras de su clase. Era ejemplo de virtudes: noble, sincera, prudente, dulce y cándida.

El apuesto galán, cuyo nombre era Don Diego de Osorio, quedó tan prendado de ella que ocupaba Doña Beatriz todos sus pensamientos. Constantes fueron sus regalos y atenciones hacia la joven. Siempre solícito a lo que ella deseara, siguiendo sus pasos allá por donde fuera y propiciando decenas de encuentros para impresionar a la hermosa dama. Sin embargo, Doña Beatriz, tenía el corazón ocupado por otro caballero.

Aún así, por las circunstancias que fueran, casó finalmente Beatriz de Uceda con el Capitán Osorio, dejando en el recuerdo a aquel hombre que tan intensamente amó.

La boda se celebró por todo lo alto, que si rico era el novio no menos lo era la novia.

Dicen que disfrutaron de días alegres, donde todo fue tranquilidad y sosiego. Doña Beatriz intentó ser feliz en su matrimonio, entregándose en cuerpo y alma a Don Diego, pero con un gran tristeza en su corazón, ya que no olvidaba al hombre que fuera en su juventud motivo de sus más apasionados deseos.

Poco tiempo habría de pasar, para tener Beatriz que volver a dar muestras de su bondad y dulzura innatas. Soportó abnegada a su esposo, que si en otro tiempo fue galante y educado en extremo, se transformó el caballero en hombre de malos caminos, juntando en sus espectaculares juergas la noche con el día, enviciándose en el juego y en los más infames placeres terrenales.

Conforme pasaba el tiempo más se endeudaba Don Diego de Osorio, perdiendo su dinero en los más fracasados juegos, viéndose inmerso en encrespadas riñas... Una batería de tormentos para su sufrida esposa, la triste Beatriz, que ahogaba sus sentimientos hacia la actitud de su marido, soportando a duras penas tan desdichada y fracasada vida matrimonial.

Y al final, el desenlace a tan desesperante situación llegó. Hasta la última moneda gastó el capitán Osorio. Nadie quedaba en la ciudad que le diera prestado y obligado estaba a pagar las pérdidas acumuladas en sus desafortunados juegos.

Viéndose desesperado y necesitado de dinero en medio de uno de sus juegos, ordenó a un sirviente que fuera hasta su casa, y que Doña Beatriz le entregara de inmediato la alhaja que él le regaló en señal de matrimonio. Rápido fue el escudero a trasladar a Doña Beatriz tan desagradable e inconcebible recado.

Escuchó Doña Beatriz con cara de asombro el relato del criado, agachó su lloroso rostro y llena de coraje, mandó de nuevo al sirviente con un recado para su Señor. Si quería su esposo, D. Diego de Osorio, esa alhaja que con tanto celo guardaba, que se la pidiera a ella en persona, sin intermediarios, que ella misma, con sus propias manos se la entregaría.

Volvió el escudero, apenado por su señora, a trasladar el mensaje al Capitán Diego de Osorio, comunicándole a éste lo que de Doña Beatriz escuchó.

Duras burlas levantó el mensaje de su esposa en la concurrida sala.

Avergonzado y furioso de que Beatriz no cumpliera la petición que él le hizo, acostumbrado hasta entonces a una impecable sumisión de su esposa, se dirigió hacia el punto establecido por Doña Beatriz para encontrarse, la plaza del Pósito. Allí la vio al instante, al pié de la cruz que se alza en medio del lugar, se acercó, extendió ella su mano y le entregó la alhaja, disimulando su llanto, como quién entrega su más valioso tesoro.

El le arrebató la joya con un insolente tirón, y una vez la tuvo en su poder, visiblemente enfurecido, clavó en Doña Beatriz una daga que acabó de inmediato con la sufrida vida de la dama.

Después de tan cruel acto, volvió a la mesa donde pensaba jugarse la alhaja de Doña Beatriz. Estando allí, fue cuando recibió un mensaje del hidalgo Don Lope de Haro, que había presenciado el asesinato de Doña Beatriz, y retó a Don Diego Osorio a encontrarse con él en el mismo lugar donde asesinó a su esposa, la Cruz del Pósito.

Había seguido Don Lope de Haro ese día a Doña Beatriz. La vio salir de su casa con el rostro cargado de dolor, la siguió preocupado hasta la plaza del Pósito, y presenció el cruel acto de Diego Osorio.

Fue Don Lope de Haro el amor de juventud de Doña Beatriz, al que ella renunció por casar con el Capitán Osorio, y él también había seguido amándola desde lejos y sufriendo por los desgraciados actos del que era su esposo.

Ambos caballeros se encontraron en el lugar del asesinato, empuñaron sus espadas, lucharon con gallardía largo rato, hasta que por fin, el noble Lope de Haro clavó su espada hasta la empuñadura en el cuerpo del desgraciado Capitán Osorio, en pago por el cruel y deplorable acto que había cometido.

Con visible dolor por todo lo ocurrido, Lope de Haro pronunció las palabras "Pater Noster", en el momento en que con su mano apagó la vida del capitán Osorio.

Cuenta la leyenda, que desde entonces, el afligido fantasma de Don Lope de Haro, todos los aniversarios de este trágico día, vuelve hasta la Cruz del Pósito a rezar un Padre Nuestro.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 3.- EL PALACIO DE LOS VÉLEZ

Existe en la ciudad de Jaén un interesante edificio del siglo XVII, que cuenta con una hermosa fachada, decorada con escudos nobiliarios y con un recoleto jardín, que es conocido como Palacio de los Vélez, en la actualidad sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén. Se encuentra este Palacio junto a la calle Valparaíso, conocida popularmente como Callejón de la Mona.

Nos cuenta una leyenda, que habitaba en este palacio una muy ilustre y adinerada familia de Jaén.

Se dice que esta familia vivía entre grandes lujos, con una profusa decoración en todo el palacio, repleto de maderas preciosas, mármoles de excelente calidad, hermosas porcelanas y un largo etcétera de detalles que demostraban el elevado poder económico del linaje que en él residía.

Tenía esta familia una hermosa hija, de bellísimos ojos claros, pelo rubio platino, blanca piel y contorno perfecto. Reunía las mejores virtudes que pudiera ostentar una doncella casadera de la aristocracia del momento, pues era bondadosa, prudente, comedida y cándida, además de caritativa en extremo con los más desfavorecidos.

Esta hermosa dama, acostumbrada a tratar a todo el mundo como a iguales, sin darle importancia a su clase social, portaba en su cotidiano vivir la sencillez propia de una santa. Hablaba con gran modestia, a pesar de su elevada posición, con doncellas, labriegos o pedigüeños, a los que nunca negaba una limosna y a los que gustaba ayudar en lo que podía, sin negarse jamás a escuchar sus numerosos problemas. Esta actitud hizo que conociera de primera mano las grandes necesidades de las clases más humildes del Jaén de aquellos tiempos.

El padre de la hermosa joven presumía de ella en los foros políticos o económicos en los que solía participar. Ostentaba de su hija aún más que de las inmensas riquezas que en tan gran número poseía.

La madre hacía gala de las virtudes de su hija ante todas las damas aristocráticas de la ciudad, mostrándola, cuando paseaban juntas, como el más valioso de los tesoros que había en su casa.

Todos los más ricos y apuestos galanes de la ciudad, la observaban intensamente cuando paseaba con su madre por la Plaza de Santa María, quizá para asistir a misa en la Catedral, o simplemente dando un paseo por cualquiera de las calles o plazuelas cercanas a su Palacio.

Muchos fueron los pretendientes de la aristocracia jiennense que aspiraron a obtener su mano. Incluso se cuenta, que numerosos fueron los nobles de otras ciudades que pretendieron casamiento con la hermosa joven.

Un día, la hermosa dama, con su habitual sencillez, entró en una extensa conversación con un plebeyo, posiblemente un subordinado de la casa. Quizá fue un jardinero o un labriego, lo cierto es que era un hombre joven de clase humilde. La inocente muchacha entabló sin darse cuenta una gran amistad con él, encontrando en el humilde joven una serie de grandes virtudes, que no había conocido antes en la mayoría de los grandes nobles con los que habitualmente se relacionaba.

La chispa del amor hizo mella en el corazón de ambos jóvenes. La hermosa aristócrata y el humilde plebeyo, como en otras muchas y antiguas historias de amor, quedaron prendados de tal modo el uno del otro, que no pudieron evitar el comienzo de un hermoso romance. Unidos por el más secreto de los amores, disfrutaron durante un tiempo el uno del otro, hasta que llegó el momento fatídico para ambos.

Un día, el orgulloso padre de la joven dama, descubrió esta relación amorosa, que para él era una verdadera humillación y vergüenza, razón por la que de inmediato pensó en aplicar una drástica solución.

La más grande desgracia se ciñó sobre la enamorada pareja. El padre decidió encerrar a su hija en la alcoba más alta de una torre que en aquel entonces tenía el palacio de los Vélez, pero no pensó en un encierro temporal o llevadero, sino en emparedarla, levantando un muro en la puerta de la alcoba y dejándola absolutamente incomunicada con el exterior. Se dice que tapió incluso la ventana, dejando un pequeño orificio por el que apenas entraba el aire a la habitación.

No se arrepentió la joven de su amor por el plebeyo, quedando pues marcado su destino. Fue emparedada por su enfurecido padre, en la alcoba de la mencionada torre.

Desde entonces, dicen que olvidaron a su hija, como si hubiera muerto, dejándola encerrada e incomunicada, para que nadie supiera de la grave afrenta que, según sus padres, había hecho la joven dama a su noble casa.

Nos cuenta esta leyenda que el joven enamorado, transido de dolor, acudía todos los días al pie de la torre donde estaba encerrada la joven, y que ella, a través del pequeño orificio que tenía en la pared de su prisión, lanzaba a la calle mensajes de amor al plebeyo, escritos en las hojas de un libro de oraciones, único bien que sus padres le dejaron en tan penoso confinamiento. Para escribir en sus páginas, con una astilla de madera se pinchaba un dedo, utilizando a falta de tinta, su propia sangre.

Nadie supo más de esta historia. Cuentan que posiblemente murió encerrada y olvidada de todos, en aquella oscura y triste torre. Solo le quedó la ilusión de escribir mensajes al plebeyo que había ocupado su corazón de forma tan intensa.

Aún hoy, hay quien dice, que el fantasma de una hermosa joven rubia y de ojos claros, pasea su tristeza por las salas del Palacio de los Vélez, quizá deseando encontrar al plebeyo enamorado, al que nunca ha podido olvidar, a pesar de los siglos transcurridos.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 4.- EL PADRE CANILLAS

Una oscura y tenebrosa noche cae sobre Jaén. En una de las estrechas calles del barrio de San Juan, rompe al silencio el estrepitoso golpe del portón de madera de una casona, de la que ha salido un joven que ha acompañado a la novia hasta su domicilio.

El mancebo, bien abrigado, protegiéndose del aire y de la lluvia, dirige sus pasos hacia la plaza de la Merced. Por las solitarias y silenciosas calles, solo se aprecia el ruido del agua estrellándose contra el empedrado suelo, que rezuma humedad. Ni siquiera los pasos del Sereno se escuchan por las cercanías, que quizá se encuentre resguardado del agua en alguno de los oscuros pero cálidos portales.

El aire frío e intenso arrecia con fuerza sobre la ciudad.

Sigue su camino, con el cuerpo aterido de frío, y divisa a lo lejos una sombra que avanza en sentido contrario por la misma calle.

Piensa en la figura que ve mientras camina. Excesivamente delgado, a su juicio, parece el caballero, que con paso ligero se dirige hacia él.

Resulta ser un sacerdote, vestido con larga sotana negra, bien abrigado con una capa y con un gran sombrero que le protegía del frío y de la lluvia.

El clérigo le solicita su ayuda para realizar una celebración en la cercana capilla del Arco de San Lorenzo, puesto que está solo y precisa de colaboración. El joven accede de inmediato, dirigiéndose ambos hacia el mencionado edificio.

Una vez entran en la pequeña y hermosa Capilla, el sacerdote se reviste y da comienzo a la ceremonia.

En una de las genuflexiones del presbítero, el joven le ayuda sujetándole la sotana mientras se arrodilla. En ese preciso instante aprecia el muchacho que en lugar de dos tobillos lo que sobresale por debajo de la ropa son las canillas de un esqueleto.

Mientras el Padre sigue en su quehacer, el mozo vuelve a repasar con la mirada los espantosos tobillos, paralizado por el terror, comprobando que sin lugar a dudas, estaba junto a un esqueleto parlante.

Pies le faltaron para salir corriendo en cuanto pudo reaccionar, presa del pánico. Abandonó el Arco de San Lorenzo y corrió desesperado por las calles del barrio de la Merced buscando donde esconderse de la fantasmal criatura.

El calor inundaba su cuerpo, a pesar del intenso frío reinante. Parecía que el extraño esqueleto no le había seguido. No obstante, prefería esconderse donde fuera, puesto que su casa estaba aún excesivamente distante de allí. Todos los portones estaban cerrados y el maldito Sereno seguía sin aparecer por ningún sitio.

Por fin, en su alocada carrera, vislumbró la silueta de un hombre en la Plaza de la Merced. Se acercó hasta él sin pensarlo dos veces, en busca de protección. Resultó ser un sacerdote, que escuchó boquiabierto el relato que el joven le narró. Le describió detalladamente lo sucedido en el Arco de San Lorenzo, donde había descubierto que estaba ayudando a un horrible espectro.

El cura, asombrado por el nerviosismo y la excitación del muchacho, con un ligero destello de burla en su mirada, se alzó la sotana. En ese momento le preguntó que si los tobillos que había visto eran como los de él, mostrándole al aterrorizado joven unas horribles canillas descarnadas y sin vida.

Espantosa noche la de este joven en el barrio de la Merced.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 5.- LA CASA DEL MIEDO

En uno de los muchos y hermosos rincones de la ciudad de Jaén, concretamente en la plaza de San Bartolomé y enfrente de la parroquia de ese barrio, se alza el edificio conocido popularmente como "Casa del Miedo".

En esta recoleta plazoleta de San Bartolomé, donde los naranjos, el agua y la preciosa iglesia nos trasladan hasta tiempos más antiguos y evocadores, transcurre una curiosa leyenda, en la que un aterrador fantasma recorría todas las noches sus losas de piedra, en dirección a la mencionada "Casa del Miedo".

Cuando las sombras de la noche alcanzaban aquel rincón del Jaén antiguo, los vecinos temían asomarse a las ventanas, no fuera a divisarlos la fantasmagórica presencia y a realizar en ellos cualquier encantamiento que los desgraciara para toda la vida.

Era más seguro cerrar postigos y puertas. Nadie tenía la valentía suficiente para salir a la calle, en busca de aquella alma en pena que tenía aterrorizado a todo el barrio.

Los vecinos de la ya entonces llamada "Casa del Miedo", eran sorprendidos constantemente por los rumores, cada vez más rebuscados, del fantasmal visitante. Ellos aseguraban no haber oído jamás el más mínimo quejido, ruido o llamada, que les incitara a pensar que un ser del más allá estuviera paseando por las habitaciones de su inmueble.

De hecho la puerta de la casa, según comentaban, se abría sola en cuanto llegaba el fantasma. Apenas se acercaba al portón de entrada, a la misma hora todos los días, este se abría sigiloso, dejando pasar a la misteriosa sombra.

Conforme pasó el tiempo, una larga lista de sucesos en torno al fantasma comenzó a ocupar las charlas de aquellos jaeneros. Todos sabemos cómo para sobrellevar el fuerte calor nocturno del verano, se pasaban largas horas sentados en las puertas de sus humildes casas, esperando que la luz del candil se apagara, por falta de aceite, para ir presurosos a la cama, no fueran a encontrarse con la tan llevada y traída figura.

Pasó el tiempo hasta que un hombre valiente, quizá alguno de los habitantes de la siniestra vivienda, harto ya de tanto comentario y miedo en torno al fantasmal personaje, decidió hacer guardia una noche fría y tenebrosa, en una de las esquinas de la plaza de San Bartolomé, dispuesto a todo, incluso a enfrentarse con aquella criatura.

Después de una larga espera sin que sucediera nada, escuchó de repente el leve rechinar de las bisagras del portón de la casa. Al fijarse, vio salir del edifico a un extraño ser vestido de blanco, como si llevara una sabana puesta por encima.

Valeroso, se acercó al fantasma con un arma en la mano. En el momento en que se encontraron, el valiente jiennense amenazó a la siniestra figura, viéndose de repente sorprendido con que el fantasma rápidamente, se levantó la sábana, dejando al descubierto a un elegante caballero, de carne y hueso.

Quedó también claro el motivo de esta farsa. No era ningún fantasma el que paseaba por aquella plaza provocando el terror en los vecinos, que cerraban ventanas y puertas asustados. Era el amante de una dama que habitaba en la "Casa del Miedo", que con esta simple pero inteligente estratagema, recibía cada noche, en su propio lecho, al amante prohibido.

A pesar del descubrimiento de la farsa, la leyenda siguió circulando en los comentarios de los vecinos.

Años después, habitaría la "Casa del Miedo" una nueva familia, que contaba con un niño de corta edad, al que atendía una eficiente criada.

Un día la niñera, paseando al bebé en sus brazos tropezó. Cayó el niño al vacío, estrellándose contra el suelo de la calle. La muerte le llegó en el acto.

Nuevos relatos arrasaron el barrio de San Bartolomé. Los vecinos estaban convencidos de que aquella casa era el domicilio de infernales espectros.

Posteriormente la "Casa del Miedo" albergó la sede del Catastro de Rústicas. Afirman que muchos de los trabajadores que allí prestaron sus servicios, fueron testigos de numerosos y extraños sucesos. Papeleras que se movían solas, sillas que cambiaban de lugar y papeles que desaparecían, bastan como ejemplo de lo que allí ocurría.

Estas nuevas hazañas de los espíritus ocasionaron una profunda desconfianza hacia el encantado edificio, al que muchos evitaron acercarse durante largo tiempo.

Hoy la "Casa del Miedo" es un bloque de viviendas. Parece que todo permanece tranquilo y que sus fantasmales presencias la han abandonado. No obstante, todavía hay quien cree que la actual quietud no es sino el presagio de nuevos y terroríficos sucesos que el tiempo nos contará.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 6.- NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO.

Es la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, actualmente ubicado en la Catedral de Jaén, una de las más veneradas de la ciudad. Larguísimas son las filas de miles de nazarenos, que en la madrugada del Viernes Santo, siguen a Jesús en el camino hacia el Calvario.

Hermosas estampas de la Semana Santa andaluza y jiennense son las de esta procesión, que tiene como uno de los más bellos momentos la salida de Jesús por las puertas de la Catedral, instante en el que las luces de la plaza de Santa María desaparecen, para dar paso al Abuelo iluminado en una de las estampas más esplendorosas de su extenso itinerario.

Es la única imagen de la ciudad que cuenta con la dignidad de Hijo Predilecto, y cuelga de sus manos una gran llave, copia de la que daba acceso a un hospital, en el que entrando la imagen de Ntro. Padre Jesús, se cortó milagrosamente un gran brote de peste que asolaba la ciudad en el siglo XVII.

Si bien de esta imagen se desconoce el autor, creen los expertos en la materia que es obra del escultor Sebastián de Solís, por las similitudes que tiene la cabeza de Jesús con la del Calvario de San Juan, además de la coincidencia de fechas, ya que la talla de Ntro.Padre Jesús Nazareno es de finales del siglo XVI o principios del XVII, fecha que coincide con la época de Sebastián de Solís.

Nos cuenta sin embargo una leyenda, que podemos colocar entre las más conocidas de la ciudad, que hace muchos años, un hombre anciano, cansado de un largo viaje, derrengados los pies de tanto caminar, se acercó hasta una blanca casería cercana a esta ciudad, conocida como Casería de Jesús, y encontró en la puerta de la misma a un labrador, al que pidió asilo para descansar esa noche del largo viaje que estaba realizando.

Lo acogió generoso el labrador, que ofreció al anciano viajero todo aquello que a su alcance tenía. El caminante, al acercarse a la entrada de la casería, fijó su vista en un leño de grandes proporciones.

Comentó al hombre de la casería que él, con ese madero, sería capaz de hacer una hermosa talla de Jesús en un solo día. Solo necesitaba para realizar la escultura que le dejaran trabajar tranquilo en alguna habitación solitaria de la casa.

El labrador, ilusionado por la idea, rápidamente le ofreció el tronco para que hiciera con él lo que decía. Le agradó al buen hombre la posibilidad de convertir en talla un madero que no le era de utilidad. Le aseguró además, que de ser cierto lo que decía, sabría agradecer su trabajo.

Dispuso entonces el labrador que se trasladase el enorme tronco a una cámara pequeña y angosta de la casería, donde con el leño quedó encerrado el anciano viajero.

Allí pasó el abuelo toda la noche. Ni un solo ruido perturbó la tranquilidad de los campos cubiertos por la oscuridad. Pasó también toda la mañana siguiente, sin que se escuchara el más mínimo sonido procedente de aquella habitación de la casa.

Preocupados los habitantes de la casería, por el tiempo pasado sin acusar ruido alguno, y temerosos de que algo le hubiera ocurrido al extraño viajero, decidieron subir a averiguar la causa del sospechoso silencio.

Subieron sigilosos, comprobando de nuevo que realmente no se oía absolutamente nada, pues no querían interrumpir el trabajo del escultor. Se decidieron por fin a abrir la puerta de la pequeña habitación y sobrecogidos por el asombro y el temor, descubrieron que en el lugar donde esperaban encontrar al anciano viajero y el tronco que iba a tallar, sólo se hallaba la escultura más hermosa que jamás habían visto. Era el primer milagro de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 7.- EL SANTO ROSTRO DE JAÉN.

Cuentan los evangelios apócrifos, que caminando Jesús de Galilea hacia el Monte Calvario, se acercó hasta El una mujer joven para limpiarle el sudor de su faz, quedando estampado en el sudario utilizado el rostro del Nazareno.

El sudario estaba doblado, razón por la que quedaron estampados tres rostros. Uno de ellos, según la tradición, es el que está guardado bajo siete llaves en la Santa Iglesia Catedral de Jaén.

Cierta es la popular creencia de que son siete llaves, e incluso más, si se comienza a contar desde la puerta de la verja de la Catedral, la de entrada al templo, la que da acceso a la capilla principal, la que abre la caja fuerte que alberga la Santa Faz, hasta llegar a la urna que guarda la valiosa reliquia.

Entrando de nuevo en el mágico mundo de la leyenda, encontramos una de origen muy remoto, que nos relata la razón por la que el Santo Rostro de Cristo llega desde Roma hasta la ciudad de Jaén.

Una versión sitúa el momento de tan fantástica historia en la época en que fue obispo de Jaén San Eufrasio, uno de los siete varones apostólicos y evangelizador de la provincia. En otra, sin embargo, se nos traslada al tiempo en que fue Obispo de la diócesis D. Nicolás de Viedma.

Dicen que estando un Obispo de Jaén cenando, escuchó un gran alboroto, unido a escandalosas risas y comentarios jocosos de unos insanos diablillos, que guardaba encerrados en un jarrón de boca estrecha y base ancha, de esos que llamamos redoma.

No pudiendo concentrarse en lo que estaba haciendo el obispo, ya que agitaban sus alas y reían con gran estrépito, se acercó sigiloso hasta el jaleoso jarrón sin que le vieran. Una vez encontró el sitio apropiado, escuchó con interés para averiguar la razón de semejante jolgorio.

Los pequeños demonios estaban relatando, entre risas ensordecedoras, los grandes pecados de Su Santidad el Papa. En los abismos infernales, según noticias que habían recibido, estaban esperando el momento de su muerte para celebrar una gran fiesta. Relataban satisfechos los pecados del Pontífice, con ansiedad de que llegara el instante en que éste bajara hasta las infernales llamas, que parecía ser inminente.

Quedó asombrado y boquiabierto el Obispo por lo que escuchó. Preocupado por el casi inmediato y horrible destino de Su Santidad, comenzó a pensar de que modo podría avisar al Santo Pontífice antes de su fallecimiento, consiguiendo quizá su arrepentimiento y robando a los infernales lugares el dominio de un alma papal.

Por más que pensó el resultado era estéril. Sólo viajando a Roma podría hablar con el Pontífice y conseguir de él un arrepentimiento. Pero ¿cómo llegaría hasta la ciudad eterna?. Eran muchos los días necesarios para llegar al Vaticano, y para ese momento el Papa ya habría fallecido.

Una genial idea le vino a la mente. Si convencía a uno de los diablillos para que lo llevaran volando hasta la ciudad de Roma, podría llegar a tiempo de prevenir al Papa de su fatal destino, consiguiendo salvar su alma antes de que le sobreviniera la muerte.

Con paso firme y decidido, se acercó al lugar donde los diablillos celebraban la infernal noticia. Callaron rápidamente al ver que el Obispo entraba en la estancia y con los ojos muy abiertos, escucharon la necesidad que el prelado tenía de viajar a Roma, para tratar asuntos urgentes con Su Santidad.

Los diablillos se miraron, asombrados de la petición del Obispo. Rápidamente uno de ellos, se mostró dispuesto a llevarle volando sobre su lomo hasta el Vaticano, pero quería saber qué recibiría a cambio de ese gran favor.

El obispo mostró su disposición a darle aquello que le pidiera. Poco tuvo que pensar el diablillo, que enseguida realizó su petición. Parece ser que el Obispo disfrutaba todas las noches de unos suculentos y opíparos banquetes, razón por la que el diablillo pidió a cambio del viaje hasta Roma, las sobras de las cenas del prelado durante el resto de su vida.

Aceptó el Obispo de Jaén la condición impuesta por el jocoso diablillo, al que le brillaban los ojos de satisfacción por el trato conseguido. Al momento, liberó de su estrecha prisión a la infernal criatura y montó el Obispo sobre su lomo. Rápidamente llegó hasta el Palacio del Papa, donde enseguida le concedieron una entrevista personal con él.

El Santo Pontífice, impresionado por la visita del Obispo de Jaén, escuchó con atención lo que éste fue a relatarle. Al momento se dio cuenta de que la suma de sus pecados se había convertido en una condena infernal. Mientras, el prelado jiennense lanzaba bendiciones y agua bendita por aquella estancia intentando purificarla. Se escucharon ruidos y lamentos ensordecedores, unido a un intenso olor a azufre, hasta que el Papa, al arrepentirse de los males cometidos, consiguió salvar su alma.

Tan agradecido quedó al Obispo que le había salvado del infierno, que le entregó el Santo Rostro de Cristo en señal de gratitud.

Solucionado el problema, volvió feliz el prelado a montar sobre el diablillo, con el Santo Rostro apretado entre sus brazos. Regresó de nuevo surcando los aires hasta la ciudad de Jaén, donde quedó guardado para siempre tan preciado sudario.

El diablillo, satisfecho del trato que había realizado con el Obispo, esperaba con ruido en las tripas el grandioso festín de esa noche. Sin embargo, nos cuenta esta leyenda, que a partir de ese momento, el prelado decidió que sus cenas estuvieran compuestas de un único plato. Desde entonces y hasta su muerte, cada anochecer, saboreaba un cuenco de exquisitas nueces, dándole al ansioso y hambriento diablillo las sobras de su cena, que no eran sino las cáscaras del apetitoso fruto.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 8.- EL LADRÓN DE SAN ILDEFONSO.

Un joven cordobés, perteneciente a una adinerada familia de esa capital, escuchó en su ciudad hablar a alguien sobre un Santuario muy importante, que se encontraba en la cercana villa de Jaén y guardaba en su interior una gran cantidad de riquezas, ofrendas de los fieles a una Virgen que en él se veneraba.

Este joven, que a pesar de pertenecer a una familia a la que nada faltaba, tenía los defectos más despreciables que podamos imaginar, rebuscó más información sobre ese Santuario de Jaén.

Descubrió que en él se veneraba a la Virgen de la Capilla que, según decían, había bajado desde los cielos hasta esa ciudad para defenderla de la infiel morisma en un difícil momento. Por esta razón, tanto de la propia urbe como de las localidades cercanas, se hacían constantes homenajes en agradecimiento a tan milagroso hecho, que se traducían en obsequios, como hermosos mantos ricamente bordados en oro, valiosas alhajas, coronas forradas de las más preciadas piedras y un largo etcétera de tesoros que eran celosamente guardados en el Camarín de la Virgen.

Emocionado e inquieto con las noticias recibidas sobre el citado tesoro, despertó en él una gran codicia de riquezas. Este hecho hizo que planeara viajar hasta Jaén, ciudad en la que nadie le conocía, con la intención de hacerse con las valiosas joyas de la mencionada Virgen.

Una vez llegó a Jaén y ávido de terminar con la misión que se había propuesto, encaminó sus pasos hacia el Santuario de San Ildefonso, templo en el que se veneraba a la Virgen de la Capilla.

Accedió al edificio simulando un gran recogimiento espiritual. Participó en la misa que se celebraba en la Iglesia y quedó en actitud orante una vez finalizada la ceremonia. Allí estuvo esperando, reclinado y con gran disimulo, hasta que el templo quedó sin fieles.

Cuando vio que se había quedado solo, se dirigió rápidamente hacia la Capilla de la Virgen, guiando sus pasos hacia el Camarín. Accedió a la pequeña habitación sin vacilar, dando un rápido vistazo a la estancia y comprobando que no había nadie. Los datos recabados eran ciertos. Allí se acumulaban más riquezas de las que esperaba. Decidido, con los ojos brillantes de ansiedad, agarró un gran saco que le serviría para transportar el botín. En ese momento, dispuesto ya a comenzar el robo, miró a los ojos de la hermosa talla de María y sintió un profundo remordimiento por la acción que iba a cometer.

Agachó la cabeza, se arrodilló y le rezó un Ave María. A pesar del impacto que le causaron los ojos de la Virgen de la Capilla, se volvió a incorporar, le tapó la cabeza a la escultura con una tela que allí mismo encontró, y continuó su vil misión. De este modo la mirada de la Virgen no volvería a inquietarle en lo más mínimo.

Una vez introdujo en la saca una gran cantidad de objetos valiosos, advirtió que no podría cargar con más peso, decidiendo entonces salir del Camarín con mucho sigilo. Encontró de nuevo el templo sin fieles. Se dirigió hacia la puerta principal y salió del edificio con mucha cautela. Tomó con la rapidez de una liebre la calle que encontró enfrente y se dirigió hacia la Sierra de Jaén.

Cuando llegó a la sierra ya había oscurecido, pero decidió no descansar y continuar caminando durante toda la noche y sin reposo, satisfecho del botín que portaba a sus espaldas. Había conseguido una verdadera fortuna y merecía la pena el esfuerzo que estaba realizando. Imaginó cuántas cosas conseguiría con aquel botín, ufanándose de su vil hazaña y comenzando a sentirse tranquilo, ya que Jaén parecía haber quedado a muchas leguas de distancia.

Pronto advirtieron en el Santuario lo sucedido. La noticia del robo a la Virgen de la Capilla se extendió rápidamente. Toda la población quedó entristecida e indignada por tan sacrílego acto. Jamás había ocurrido algo semejante en aquella ciudad de honradas y devotas gentes.

Tal impacto causó el desgraciado acontecimiento, que no se hablaba de otra cosa en la capital. Pronto llegó la noticia del robo a las localidades más cercanas, lugares en los que también contaba con numerosos fieles la milagrosa Virgen.

A la mañana siguiente del hurto, el joven ladrón, muy cansado, divisó un hermoso pueblo de la serranía. Feliz y satisfecho de lo lejos que había quedado Jaén, se acercó hasta la pequeña y blanca localidad con intención de descansar.

Ese pueblo que tan bello le pareció al delincuente era Los Villares. No conocía el joven las buenas comunicaciones de la serranía jiennense, por lo que no pudo imaginar que el lugar donde decidió descansar, era una plaza tan cercana a la capital, que había recibido la noticia del blasfemo suceso muchas horas antes de la llegada del ladrón.

Inmediatamente sospecharon los villariegos al ver a un forastero que iba cargado con un enorme saco. Procedieron a detenerlo, abrieron el costal y descubrieron el tesoro robado. El cordobés no tuvo más remedio que aceptar su culpa, confesando ante las autoridades locales. Marchó preso hasta Jaén para ser juzgado por la infame acción cometida.

Un revuelo de alegría sacudió los afectados corazones de los fieles jiennenses, cuando se extendió la noticia de que el ladrón había sido capturado y el botín recuperado.

El juez dictaminó para el acusado la pena más dura. Fue condenado a muerte. Se ejecutó la sentencia en la Plaza de San Ildefonso, públicamente, para que viera el pueblo cómo se pagaba ante la justicia semejante sacrilegio.

En esa plazoleta recibió la muerte de manos del verdugo. Posteriormente le fueron separados los miembros del cuerpo, quedando la cabeza del delincuente colgada en una de las fachadas de San Ildefonso.

Una vez se retiró la cabeza del condenado, se colocó en el mismo lugar otra de piedra tallada.

Todavía hoy, la cabeza de piedra que nos recuerda el despreciable hurto, continúa colocada en una de las portadas del templo. Se encuentra en la fachada norte del Santuario. En la parte superior derecha, en el límite del tejado y sobre uno de los contrafuertes, permanece tallada en piedra, para recuerdo de propios y extraños, la cabeza del miserable ladrón que tuvo la imperdonable osadía de robar el tesoro de la Virgen de Capilla.

©Rafael Cámara Exposito.

Leyenda 9.- LA FUENTE DE CAÑO QUEBRADO.

En la bifurcación de la carretera que sube hasta el Castillo de Santa Catalina, justo cuando encontramos la desviación hacia el Hospital de El Neveral, se encuentra la Fuente de Caño Quebrado, lugar donde se produce el trágico desenlace de esta historia, tan hermosa como desconocida.

Nos cuentan que hace muchos años, Jaén era gobernado por el noble Omar, hombre de grandes virtudes. Omar tenía establecido como lugar de residencia el castillo de la ciudad, desde donde gestionaba los asuntos de su territorio, buscando siempre lo mejor para sus súbditos.

Llegó el joven Omar a la edad de contraer matrimonio, para lo cual se desplazó desde lejanas tierras una hermosa joven, cuyo nombre era Zoraida. Dicen que era mujer de extraordinaria belleza y que estaban muy enamorados el uno del otro.

Llegó el día de la boda. Todo fueron lujos. El castillo de Jaén se veía completamente iluminado por grandes hogueras, la ciudad entera convertida en un gran festejo, donde no faltaron viandas, bebidas y diversión.

Después de la extraordinaria celebración, cuentan que vivieron felices. Omar dedicado al gobierno de la ciudad, Zoraida, volcada en dar toda clase de atenciones a su marido.

Todo iba como si de un cuento se tratara, hasta que un día, tuvo Omar que abandonar el Castillo, como en otras numerosas ocasiones, para bajar a la ciudad y solventar algunos asuntos propios del cargo que ostentaba.

Llegó la noche a Jaén sin que Omar regresara a su Castillo. La hermosa Zoraida esperaba preocupada e inquieta su llegada.

Pasaron las horas y Omar no regresaba. A Zoraida, cada vez más preocupada y nerviosa, le faltaban ojos para vigilar los alrededores, intentando vislumbrar la sombra de su amado, que ya se estaba retrasando en exceso.

Viendo Zoraida que no llegaba su marido, comenzaron a pasar los peores pensamientos por su mente, razón por la que ordenó a la guardia que iniciara su búsqueda. La orden fue ejecutada de inmediato, comenzando al momento a rastrear el monte y la ciudad en busca del joven Omar.

Desgraciadamente, al poco tiempo encontraron el cuerpo ensangrentado y sin vida del valiente gobernador, muy cerca del Castillo, justo en el lugar donde hoy está la Fuente que conocemos con el nombre de Caño Quebrado.

Muy grande fue la pena que inundó la ciudad. El castillo se vistió del más riguroso luto. Cuentan que la hermosa Zoraida no podía soportar el dolor en su corazón, casi parecía que había quedado también sin vida. La tristeza se le hacía insoportable.

Una mañana, gris y nublada, encontraron el cuerpo sin vida de la hermosa joven, en el mismo lugar donde hallaron asesinado a su esposo. Justo desde el momento en que se produjo el triste fallecimiento de Zoraida, comenzó a brotar el manantial de agua que hoy conocemos como Fuente de Caño Quebrado.

Cuentan las gentes, que ese venero de agua que brota en Caño Quebrado, son las lágrimas de Zoraida por la muerte de su amado.

Hasta nuestros días ha llegado otra leyenda, que nos habla del fantasma de una mora que pasea su pena por las salas del Parador de Turismo, construido justo en el solar que ocupaba el antiguo castillo musulmán. Quizá sea la hermosa Zoraida, buscando todavía, a su joven y amado Omar.

©Rafael Cámara Exposito.